martes, 21 de junio de 2016

La sombrera de Lanzarote

Si existe un elemento de la indumentaria femenina de Lanzarote que haya destacado por encima del resto, despertando admiración e interés a lo largo del tiempo, ese es la sombrera.

Fue el tocado más popular de la campesina lanzaroteña, especialmente usado por las mujeres de mayor edad, pero también por jóvenes y niñas. Está compuesta por una copa tronconónica y un ala cuya dimensión varía en función de la zona geográfica de la isla: más abierta y amplia en la zona centro-sur de la isla (la Vuelta de Abajo) y más cerrada y corta en el norte (la Vuelta de Arriba), y mucho más aún en La Graciosa.

Vendedoras en la Recova de Arrecife. Fotografía
tomada por Teodoro Maisch en 1928 (Fedac)
El investigador Ricardo Reguera ha estudiado en profundidad este y otros elementos de la vestimenta insular, que pueden consultarse en su magnífico libro Las indumentarias y los textiles de Lanzarote. En él explica cómo han existido distintos modelos de sombrera, siendo el más frecuente el que está confeccionado con empleita de palmito en el exterior y de trigo en el interior. 
El proceso de elaboración consiste en realizar primero la empleita y después coserla desde el centro de la copa en forma de espiral, montándola poco a poco. Si bien muchas mujeres sabían realizar empleitas, solo las sombrereras eran capaces de darle la forma correcta. Aunque no era un oficio en sí mismo, sí que constituía un complemento a la economía familiar, dedicándose a esta tarea en los ratos libres.

Doña Hortensia Pérez Abreut haciendo una empleita de palmito en
su casa de Los Valles (Fotografía tomada de Pellagofio)
Doña Hortensia realizando la empleita de paja de trigo para forrar el interior (Fotografía tomada de Pellagofio)
Puesto que era habitual que las mujeres cargaran peso sobre las sombreras, la copa muchas veces se reforzaba en el interior con un círculo de cartón y también se forraba con tela para evitar el roce en la piel. En la base se cosían dos cintas para atarla bajo el mentón, normalmente sobre un pañuelo. Como único elemento ornamental, se colocaba una banda realizada con retales (casi siempre negros) alrededor de la base exterior, rematada a un lado con un lazo, que además servía para reforzar la copa y evitar que se alargara.

Vendedoras de pescado de La Graciosa bajando el Risco de Famara de regreso tras
intercambiar pescado por granos y papas en la zona norte de Lanzarote.
(Fotografía de Javier Reyes tomada de Memoria digital de Lanzarote)

Probablemente usada desde muy antiguo (si no idéntica, sí de similares características) para las labores al aire libre, parece que fue a partir del siglo XIX cuando el uso de la sombrera se popularizó, pasando a constituir para las mujeres campesinas una prenda indispensable de diario, tanto que, como apunta Reguera, la usaban también dentro de la casa, desprendiéndose de ellas solo para dormir.

Vecina de Tías haciendo rosetas en el exterior de su vivienda,
ataviada con la tradicional sombrera y pañuelo
(Fotografía de Marcelino García. Colección particular)
Campesinas de Lanzarote trabajando la tierra con sus sombreras para protegerse del calor.
Fotografía de Francisco Rojas Fariña recogida en Rincones del Atlántico
Con su particular fisonomía, la sombrera cumplía perfectamente la función de proteger el rostro y la cabeza del fuerte calor, convirtiéndose así en la mejor de las aliadas para mantener la blancura de la piel, el más preciado de los tesoros de la mujer lanzaroteña hasta hace unas décadas. Así lo describía el geólogo Eduardo Hernández-Pacheco, que visitó la isla en 1907:
Visten faldas y corpiños de colores claros, a la cabeza llevan un pañuelo ceñido que les tapa las mejillas y la barba, encima un sombrero de paja de alas descomunales, y las manos resguardadas por guantes de piel de cabrito. En cambio todas llevan los pies descalzos. El gran empeño de las muchachas de Lanzarote es que el sol no les tueste el cutis de la cara y de las manos, en cambio, como en el pueblo van calzadas, les importa poco tener los pies morenos.
Asociada al mundo rural, el folclore, la literatura y el arte la han tomado como elemento representativo e indispensable de la campesina lanzaroteña:  
Poema de Leopoldo Díaz publicado en el periódico Acción (6/08/1932)
Detalle del mural Alegoría de la isla, pintado por César Manrique
para el Parador de Turismo de Arrecife (hoy sede de la UNED) en 1950
Poema de Fidel Roca publicado en el semanario Pronósticos del 18/02/1947
Hermetismo físico, pero también emocional: tras la sombrera, la mujer de Lanzarote ha ocultado no solo su rostro, sino también sus pesares, sus anhelos e incluso sus alegrías. Tanto lo que muestra como lo que esconde producen un magnetismo tal que hacen que trascienda de su función pragmática para convertirse en un elemento de una carga estética y simbólica sin parangón. 


Señora de Femés retratada en su vivienda (Colección particular)



FUENTES
HERNÁNDEZ PACHECO, Eduardo: Por los campos de lava, Fundación César Manrique, Lanzarote.-
- REGUERA RAMÍREZ, Ricardo: Las indumentarias y los textiles de Lanzarote, Gobierno de Canarias, 2006.

domingo, 5 de junio de 2016

La casa de Ruperto Vieyra en Yaiza

En el sureño pueblo de Yaiza, a los pies del Lomo del Cura (aquel al que, según cuenta la tradición, se subió el párroco Andrés Lorenzo Curbelo el 1 de septiembre de 1730 para ver el comienzo de las erupciones), se encuentra uno de los mejores ejemplos de casas señoriales decimonónicas que se conserva en Lanzarote. Oculta tras la Casa Benito Pérez Armas, al final de un pequeño callejón aguarda silenciosa e ignorada por muchos de los habitantes de la isla y de aquellos que nos visitan.



Esta magnífica mansión fue construida a mitad del siglo XIX por Ruperto Vieyra y Sousa, un comerciante de ascendencia portuguesa nacido en Las Palmas que, según parece, se había establecido en Lanzarote atraído por el comercio de la barrilla, casándose con Joaquina Pereyra de Armas.

La vivienda, de dos plantas y de considerables dimensiones, presenta una imponente fachada retranqueada en la que sus cuerpos laterales sobresalen a modo de torreones. Enmarcada por dos pilares de piedra rematados por floreros (elementos ambos que ennoblecen el edificio), una elaborada cancela aísla la casa del exterior, dando paso a un jardín delantero al que dan siete ventanas de guillotina, tipología poco habitual en la isla, y casi exclusiva de las altas clases sociales. En el centro del patio existió una fuente que, según el historiador Agustín de la Hoz, hizo de ésta la primera casa de Lanzarote en tener agua corriente.






Distintos detalles de la vivienda en la actualidad.

Apuntan diversas fuentes que don Ruperto era una persona afable y hospitalaria, y así parece demostrarlo el hecho de que dos ilustres viajeros visitaran su casa a finales del siglo XIX: el francés René Verneau (entre 1884 y 1887), y la británica Olivia Stone (en 1883). No obstante, como veremos a continuación, la visión que ambos ofrecen de la vivienda y sus propietarios es absolutamente diferente. 

Durante su visita a Yaiza, ya en sus últimos días de estancia en Lanzarote, Verneau recala en esta casa por recomendación del cura, que lo llevó a visitar la casa más confortable de Yaiza, característica que no pareció compartir el francés, a juzgar por sus palabras: 
Con gran complacencia, la propietaria me hizo los honores de su casa y de su jardín. Este contenía algunas plantas de ornamentación que adornaban muy poco, pues no se les daba sino la cantidad de agua estrictamente necesaria para impedirles morir. Esforzándome en admirarlo y haciéndole los elogios que me ordenaba la más vulgar amabilidad, no tenía, parece, el aire de estar completamente convencido de encontrarme ante una de las maravillas del mundo. Entonces se intentó forzar mi admiración. Habíamos vuelto al patio, y ya me disponía a despedirme de la señora cuando, a la orden de "abran" vi brotar, a mi lado, un pequeño surtidor de agua. La dama estaba radiante y, sin duda, juzgando que bajo los efectos de la sorpresa que me había dado no podría rehusar testimoniarle mi reconocimiento, se apresuró a presentarme un bonito y pequeño álbum, rogándome que le dejara un autógrafo en recuerdo de mi visita. Era un tributo que pedía a todos sus visitantes (...) Yo hubiese tenido mala fe en no firmarle uno, después de haber visto funcionar un surtidor de agua, cuyo grifo fue abierto en mi honor.
En Yaiza, como en el resto de la isla, el agua es muy escasa y se mira como un ser privilegiado el que puede permitirse consagrar medio hectolitro a una simple distracción. Es verdad que la que había visto brotar no se había perdido, pues fue recogida con cuidado y repuesta en su sitio, en la reserva colgada detrás de la puerta, hasta que se presentara una nueva ocasión de hacerla pasar por el tubo de plomo.
Este tono condescendiente e incluso burlesco de Verneau contrasta enormemente con el usado por la británica Olivia Stone, quien había llegado a Yaiza en una tartana de cuatro ruedas propiedad, precisamente, de Ruperto Vieyra:
(...) al otro lado, por encima del pueblo, se eleva la vivienda magnífica, amplia y pintoresca, de don Ruperto Vieira, nuestro anfitrión. Son las 2:30 p.m. cuando cruzamos la cancela y entramos en un patio o jardín, ya que la casa ha sido construida muy inteligentemente y sólo tiene tres fachadas, permitiendo así la vista desde todas las ventanas. Una fuente con flores y plantas adornan el patio que atravesamos para llegar hasta la casa. Allí nos da la bienvenida cordialmente la hermana de don Ruperto, doña Clodosinda Vieira, y, tras descansar durante algunos minutos y contar las anécdotas de nuestra expedición, salimos. Antes, sin embargo, nos llevan a nuestros cuartos para que veamos el paisaje, que es magnífico, diferente a todos los que he visto antes (...) Doña Clodosinda nos acompañó en nuestros paseos. Me dice que le gusta mucho más estar aquí que en Arrecife, que está mucho al aire libre, casi todo el día, entrando y saliendo, cuidando del jardín y de los animales y supervisándolo todo en general. Su vida me recuerda más a la vida campestre en Inglaterra que la de cualquiera de los que he conocido hasta ahora. La felicidad resultante se percibe en su aspecto vivo y satisfecho y en la forma tan ágil que tiene de moverse.
Tras la cena y el té, que nos sirvieron como en la casa de cualquier otro caballero del archipiélago (...) subimos a la azotea para no perdernos la puesta de sol. Por supuesto que al viajar hemos recibido la hospitalidad de personas de todas las clases, que nos la ofrecieron amablemente y sin esperar nada a cambio, pero el contacto con la aristocracia de estas islas ha sido de lo más agradable de nuestro viaje. 
Y termina añadiendo:
Nos asignaron un grupo de habitaciones en una de las alas de la casa, que, después de lo que hemos tenido que soportar con tanta frecuencia, eran de lo más lujoso. Nos habían proporcionado, como es habitual, todo lo necesario, o lo que pudiéramos necesitar, para nuestro aseo. 

Además del valor documental de su testimonio (y de lo agradable de sus palabras de elogio hacia la casa y sus propietarios), el libro de Stone ofrece un atractivo aún mayor, pues reproduce un grabado y una fotografía del inmueble, que nos sirven para advertir que la fachada conserva sus características principales, aunque ha perdido una más que probable policromía y decoración con bandas o cenefas, como puede apreciarse en las imágenes realizadas por Harris Stone, esposo de Olivia. 








En cualquier caso, como advertíamos al comienzo, consideramos que la casa de Ruperto Vieyra y Sousa constituye uno de los mejores edificios de su tipología y época conservados en Lanzarote, representativos de una determinada clase social y cultural y que, por tanto, puede muy bien ser una atractiva parada en nuestra visita al ya de por sí fascinante pueblo de Yaiza. 





FUENTES:
DE LA HOZ, Agustín: Lanzarote. Obra escogida, Cabildo Insular de Lanzarote, 1944.
- STONE, Olivia: Tenerife y sus seis satélites, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1995.
- VERNEAU, René: Cinco años de estancia en las Islas Canarias, 5ª edición, Ediciones J.A.D.L., Tenerife, 1981.